Como en una tragedia grecorromana, que no tiene solución imaginable para el espectador, Cristina bajó al proscenio para dar término a la obra que interpretaban el campo y el gobierno hacía casi un año.
Luego de la amenaza cierta de que el Estado interviniera monopólicamente en la compra de la producción agraria, la tensión entre los representantes de este sector y los del gobierno, habían llegado a un punto de difícil resolución.
La mano de Néstor Kirchner, la machina pensante de este gobierno, hizo descender sobre el anfiteatro a su deus favorito (o dea para evitar problemas de género). Su misión era resolver el agon y salvar una situación, que, por repetida, auguraba un empeoramiento de la imagen del gobierno.
Así, la dea Cristina aparece como la apaciguadora y la componedora en el conflicto y cumple dos funciones adicionales: sembrar una semilla de discordia en el, hasta ahora homogéneo, pensamiento del campo y ser un recurso para dejar contento al público que dice "al fin termina la obra, ¡aplaudamos!".
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